«...la aceleración, la intensificación, la ubicuidad del estÃmulo neuroinformativo (la conexión perpetua, la interacción constante con la pantalla, la participación diaria en juegos que no implican la presencia de otros jugadores, sino de un automatismo electrónico) están produciendo una incapacidad para desconectar el flujo mental del estÃmulo exterior y, en consecuencia, una progresiva anulación del pensamiento en tanto que flujo mental independiente».
El activista, filósofo y escritor italiano Franco Bifo Berardi se expresa asà en Desertemos (Prometeo, 2024) a propósito de lo que entiende como un tránsito que va de la depresión a la hiperestimulación, un circuito que viene creciendo exponencialmente en especial desde la pandemia de covid-19 en 2020.
Vivimos tiempos de negación de los estados de ánimo sombrÃos. Si te sientes mal, si estás de bajón, si te deprimes porque casi nada en tu vida funciona como a ti te gustarÃa, procura no mostrarte asà ante las otras personas, ni siquiera ante las más amigables, porque conseguirás que dejen de querer estar contigo, de escucharte, de quedar siquiera para un encuentro breve. Está prohibido dejarse caer en el hueco que abren los afectos que se desarrollan en la penumbra del espÃritu, eso que Spinoza definió como las pasiones tristes.
Pero, cuidado, porque resulta que son esas pasiones tristes, esos estado de ánimo sombrÃos, los que nos permiten acceder al conocimiento y sobre todo al autoconocimiento, a la vez que abren las puertas de la conexión interna y la compasión sanadora proveniente de las otras. Porque las personas conectamos más y mejor cuando estamos decaÃdas, tristes.
Los estados de ánimo oscuros no son problemas. Puedes estar en un momento infeliz, sufriendo, pero no por ello estás rota. Sentir, no sólo felicidad o alegrÃa, sino el amplio repertorio de afectos que nos humaniza, es un tesoro. La ansiedad y el enfado ayudan a aprender. La persona angustiada está atenta, observa con los ojos bien abiertos, alimenta su alma con análisis y crÃtica. Porque lo que no nos dicen cuando nos obligan a estar siempre alegres es que detrás de esa alegrÃa estúpida se espera aceptación y mansedumbre ante cualquier maltrato o injusticia que nos lancen encima.
Vivimos en una sociedad profundamente adictiva bajo el paraguas de la cultura del exceso, de la sobreestimulación y del consumo inagotable, que puede provocar reacciones intensas similares a ciertas drogas. Enestecontinuo bombardeo al que estamos sometidas observamos una tendencia cada vez mayor a un individualismo preocupante que nos aleja de los vÃnculos (o los dificulta y hasta imposibilita) y aumenta el vacÃo emocional que allana el camino hacia comportamientos y personalidades adictivas.
¿Hay personas con más tendencia a las adicciones?
La sustancia en sà no nos convierte en adictas, pero si la usamos como anestesia para no sentir o como una vÃa rápida para no hacer frente a aquello que nos ocupa y preocupa, no cabe duda de que hay más posibilidades de caer en una adicción.
Alta impulsividad, baja autoestima y falta de identidad.
Falta de lÃmites y ausencia clara de autoridad.
Baja tolerancia a la frustración y/o haber sufrido experiencias emocionales dolorosas o traumáticas.
Falta de atención, abusos o represión de las emociones en el desarrollo.
Búsqueda de placer y gratificación inmediata, etc.
Estas caracterÃsticas no son determinantes por sà solas, pero sà pueden interactuar para contribuir al desarrollo de una personalidad adictiva y aumentar comportamientos compulsivos, en la búsqueda de gratificación en sustancias o acciones.
La personalidad adicta está claramente influenciada y marcada por una sociedad sin lÃmites, por la creencia en lo ilimitado, por la propia historia personal y, sobre todo, familiar. Si muchas personas creen que la propia imagen es más importante que cultivar la autenticidad y la diversidad, las que no se ajustan a esa búsqueda de perfección imposible sentirán que no son suficientes ni perfectas, alimentando el camino hacia la adicción.
Si evitamos sentir lo que nos duele, porque no hemos aprendido a enfrentarnos a ello, porque hemos creÃdo que somos indignas de ser queridas o porque nunca hemos tenido experiencias emocionales favorables con nuestros padres, buscaremos modos de evitar la realidad y de escapar del malestar interno, dado que suponemos que no somos lo bastante buenas. Pensar de este modo es muy hiriente, asà que la manera de protegernos de eso que nosotras mismas pensamos, de hacerlo más soportable, es proyectarlo sobre las otras personas, y asà pensaremos que son ellas quienes piensan asÃ.
Los sentimientos no desaparecen al taparlos, sino que siguen influyendo desde lo inconsciente. Hay que des-aprender con ayuda, trabajo, constancia y, sobre todo, coraje, para aprender algo nuevo: que hay otras opciones entre reprimir y actuar, que no es útil pensar en blanco y negro. Se ha de ir hacia los grises, hacia esas opciones intermedias desconocidas y aprender a observar lo que sentimos, a arriesgarnos a ser emocionalmente vulnerables, a aceptar lo que aparezca, por muy doloroso que sea. De esta manera, quizás, se podrá evitar llenar con el comportamiento adictivo los huecos interiores, la desaprobación, las crÃticas y el rechazo de los demás (muchas veces imaginado). Aprender a ser capaces de fijar lÃmites, a no ser tan severamente crÃticas con nosotras mismas y a descubrir un sentido y un objetivo a esta vida efÃmera y a esta sociedad adicta. El reto, sin duda, es inmenso, pero posible.