Los grandes cambios muchas veces se producen en la más absoluta quietud. Y es precisamente desde la calma interna en la que se vislumbra un cielo de silencio y un auténtico bienestar.
top of page
Buscar
Este ejercicio lo puedes hacer tumbado o sentado, lo que prefieras.
Ponte ropa cómoda.
Busca un lugar tranquilo. Puede ser la habitación de tu casa, en un parque, cerca del mar.
Cierra los ojos y respira profundamente varias veces.
Mantén tu atención en la respiración. La respiración no hay que forzarla, déjate respirar por ella.
Notarás que al principio hay mucha actividad mental, muchos pensamientos, mucho ruido.
Cuando tus pensamientos te invadan, redirige tu atención en la respiración. No luches para que tus pensamientos desaparezcan, ni pongas resistencia.
Céntrate en tu respiración y sé consciente que tus pensamientos están aquí, aparecen y quieren llamar tu atención, quieren distraerte. Intenta no hacerles demasiado caso.
Recuerda: no eres tus pensamientos.
Vuelve y mantén tu atención en la respiración. Relájate poco a poco y permite que los espacios sean cada vez más largos. A medida que vayas reforzando tu estado de atención en el silencio, los pensamientos irán disminuyendo.
Siente y pon tu atención en el silencio.
Respira profundo y agradece.
Este tiempo para ti lo puedes emplear al menos una vez al día.
El viejo maestro pidió a su joven discípulo, que estaba muy triste, que se llenase la mano de sal, colocase la sal en un vaso de agua y bebiese.
– ¿Cómo sabe? – le preguntó el maestro.
– Fuerte y desagradable – respondió el joven aprendiz.
El maestro sonrió y le pidió que se llenase la mano de sal nuevamente. Después, lo condujo silenciosamente hasta un lindo lago, donde pidió al joven que derramase la sal.
El viejo Sabio le ordenó entonces:
– Bebe un poco de esta agua.
Mientras el agua se escurría por la barbilla del joven, el maestro le preguntó:
– ¿Cómo sabe?
– Agradable – contestó el joven.
– ¿Sientes el sabor a sal? – le preguntó el maestro.
– No – le respondió el joven.
El maestro y el discípulo se sentaron y contemplaron el bonito paisaje.
Después de algunos minutos, el Sabio le dijo al joven:
– El dolor existe. Pero el dolor depende de donde lo colocamos.
Cuando sientas dolor en tu alma, debes aumentar el sentido de todo lo que está a tu alrededor.
Tenemos que dejar de ser del tamaño de un vaso y convertirnos en un lago grande, amplio y sereno.
bottom of page