Los profesionales nos encontramos muchas veces con el sufrimiento del paciente. Cada persona que llega a la consulta lleva consigo su propia mochila. El contenido de su equipaje puede ir desde lo más desechable hasta aquello realmente imprescindible. La escucha, estar ahí, acompañarlos, empatizar con los pacientes con el propósito de ayudarles a mejorar sus dolencias, como también a que empiecen a cuestionarse sobre aquellos aspectos que los han traído a consultar, ayuda y facilita que sus relaciones empiecen a ser de calidad y que tanto su angustia como su soledad sean más llevaderas.
Marie de Hennezel, psicóloga y psicoterapeuta, lleva bastantes años dedicándose a la difusión de la cultura paliativa y lo define muy bien:
«Cuando debo enfrentarme a la angustia de los demás he aprendido a acoger y a ofrecer. Para ello me inspiro en una antiquísima práctica tibetana de la compasión, llamada tonglen, que en tibetano significa dar y regalar. Consiste en dar acogida al sufrimiento, a la angustia del otro y a ofrecer a su vez toda la confianza y la serenidad que podemos extraer de nosotros mismos. Se trata, mediante esta sencilla participación en el sufrimiento del otro, de estar con él, de no dejarle solo».
Cuando las cosas se rompen, no te esfuerces en querer pegarlas, si sólo eres tú que lo intentas. A veces las cosas suceden por algún motivo, aunque en estos momentos no lo sepas.
No quieras salvar ni cuidar a quien no quiere ser cuidado ni amado.
No renuncies a lo que eres con quien eligió otro camino.
No lastimes tu alma ni lo intentes una vez más a cambio de nada cuando ya se fue.
Acepta lo que es en estos momentos y sigue avanzando a tu ritmo. No es un camino fácil y cuesta. Se trata, poco a poco, de elaborar, reparar y seguir.
La otra persona, como tú, está en su proceso y quizás más adelante podáis encontraros de nuevo o quizás vuestros caminos ya serán muy distintos y no será posible este encuentro.
La vida nos enseña tanto. La vida es un aprendizaje constante.
Cada uno de nosotros escoge lo que considera más adecuado y, aunque a veces no sea posible, es mejor vivir sin tanto dolor.
Y por encima de todo ello te recomiendo, que te equivoques de estación, que camines sin brújula, que desordenes tus pensamientos, que transformes tus recuerdos, que dibujes nuevos sueños, que bailes desnuda, que sientas de nuevo y que vivas sin miedo.
«En el mundo de los caminos la belleza es ininterrumpida y constantemente cambiante; y a cada paso nos dice: ¡detente!», Milan Kundera
Cada vez más personas caminan con prisas, perdidas, ansiosas, con excesivos problemas que ellas mismas se procuran, con un andar que denota abandono y que apunta a una desconexión en exceso con ellas mismas y con el entorno que les rodea. Los valores de nuestra cultura propician esta desconexión y empujan a dejar de observar y apreciar lo que de sutil se ofrece a nuestro alcance.
El simple acto de caminar consciente
Contemplar la vida al caminar suena y parece fácil, pero cuando caminamos estamos en cualquier lugar, menos en la presencia misma de nuestros pasos. Además, en el andar hay muchas veces la necesidad de la búsqueda de un objetivo, que nos aleja, sin duda, a mantener la calma.
Y aunque en cada uno de nosotros existe una actitud y un gesto original en ese andar natural, la forma de vida actual ahoga esta cualidad. Cada vez más, observamos personas con andares defectuosos, crispadas, poco centradas, torcidas, inseguras, preocupadas por su imagen, sumergidas en un cavilar improductivo, atrapadas por el móvil, que obstaculizan la manifestación del saber-hacer y dificultan, por ende, la simplicidad de un andar contemplativo.
¿Hacia dónde vamos con tanta prisa? ¿Somos capaces de permanecer en silencio mientras contemplamos nuestro alrededor? ¿Nuestro caminar ha de ser siempre un medio para conseguir un fin? ¿Estamos dispuestos a querer lograr un estado más consciente, sano y productivo y, sobre todo, más responsable?
Hoy en día, aun en medio de las prisas, de la inmediatez, de la incertidumbre, del malestar cada vez más agudizado, como también del ruido que parecen ensordecer el oído interior, es posible darse el cometido de acceder a un ser más auténtico, permitiendo reinterpretar la existencia más allá de las vicisitudes de la vida personal. La dicotomía que se nos presenta está repleta de contradicciones y tensiones: o escapamos corriendo, ahogando nuestra voz interior, sin cambiar nada, o iniciamos con perseverancia un camino de renovación.
El simple acto de caminar consciente supone presencia, ligereza, apertura, firmeza, conexión con el momento presente. Una actitud que nos permite estar atentos, tanto de las sensaciones físicas, como de nuestro entorno y conlleva, además, un empezar a dejar ir, que es sin duda una tarea titánica.
Caminar es nuestro medio de desplazamiento ancestral y una técnica de meditación que potencia la salud física, mental y espiritual. El contacto tan anhelado con la naturaleza, el caminar en silencio, advertir lo hermosa que es una determinada fachada en la ciudad, aprender a escuchar nuestros pasos, contemplar los colores del cielo... empiezan, sin más fin, por el simple placer de caminar.
Abrir la puerta cada mañana y salir a caminar la vida es el primer paso. Los siguientes pasos los decides tú.