Una persona asiste al paso del tiempo observando con horror cada nueva marca en su rostro, cada gramo de grasa depositado en su contorno, la pérdida de tersura de la piel, la aparición de una cana que se suma en silencio a sus congéneres. Un terrible día, después de una considerable inversión de dinero en productos cosméticos, la persona no lo soporta más (no se soporta más) y corre a una clínica para que le digan cuántos cortes y cuántos euros serán necesarios para reparar lo que considera estropeado. El valor de lo bello está sólo en relación con nuestra percepción, así que es independiente de su perduración en el tiempo. La persona, ante la idea de que la belleza es perecedera, padece el dolor que causará su desaparición, y así se priva del goce por lo bello.
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Una persona mantiene una relación amorosa con otra, de la que se queja amargamente porque la hace víctima de unos celos enfermizos. «Es así porque me quiere mucho, es su manera de amarme», la justifica. Henri-Pierre Cami escribió su Historia del joven celoso acerca de aquel que, preocupado porque los ojos de su amada miraban a todo el mundo, porque con sus manos podía hacer gestos de invitación y seducirlos, porque podía hablar con otros y sonreírles, porque podía marcharse de su lado, le arrancó los ojos, le cortó las manos y la lengua, la dejó sin dientes y, por fin, le cortó las piernas. «De este modo —se dijo— estaré más tranquilo». Y entonces dejó de vigilar de manera enfermiza a la joven amada, porque así, en su lamentable estado, ya nadie la desearía. Hasta que un día volvió a casa y no la encontró: había desaparecido, secuestrada por un exhibidor de fenómenos de circo.
Una persona vivió durante varios años una fantasía de riqueza, apoyada en la creencia de que era propietaria de un piso (en realidad, lo que tenía era una deuda hipotecaria con un banco), un piso que iba creciendo en su ficticio valor a medida que se inflaba la burbuja de la especulación inmobiliaria. Tras el pinchazo y la trepidante conversión de la aparente riqueza en lacerante carestía, la persona anhela hoy recuperar su antigua situación. Es decir, volver a ser creyente en las supuestas bondades de un sistema capitalista de ficción y sus promesas de una vida mejor más allá de la cancelación de la deuda (o sea, en otra vida).
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